El underground en medio del covid: cómo las fiestas clandestinas en medio de la pandemia destruyen el movimiento en uno de sus momentos más frágiles.
Archivo Fotográfico AKA 000
El 25 de marzo del 2020 iniciamos la cuarentena obligatoria en Colombia, consecuencia del brote pandémico (Covid 19) que se extendió hasta nuestro territorio. Después de ser testigos, de la magnitud del daño que el virus podía alcanzar y ante la ausencia de un tratamiento o vacuna, el país se adhirió a las recomendaciones expedidas por la Organización Mundial de la Salud (OMS) en busca de evitar un impacto como el que observamos en España o Francia. Esta situación, si bien estaba enfocada en el cuidado de la población, trajo consecuencias directas para la vida social y el movimiento underground. La prohibición de funcionamiento para lugares de reunión como restaurantes, complejos deportivos y clubs nocturnos, lo cual se extendía también a las raves, se impuso de forma inmediata y estricta. Esta situación puso al movimiento underground en una posición muy frágil ya que el principal canal de comunicación entre promotores, ravers y dj se daba en medio de las fiestas, siendo estas el sostén económico principal de artistas y promotores que dependían en buena parte del funcionamiento del circuito.
La afectación económica que este proceso dejó, empezó a hacerse notar con más fuerza conforme pasaban los meses. Muchos de los clubes que por años se mantuvieron a la vanguardia del movimiento como Octava Club en Bogotá y Mute en Medellín tuvieron que cerrar sus puertas, al tiempo que otros clubes como Video Club en Bogotá y Calle 9+1 en Medellín anunciaban las dificultades económicas que estaban pasando por culpa de la crisis. Los promotores independientes que venían en un vertiginoso crecimiento no quedaron exentos, se anunció la cancelación progresiva de la mayoría de eventos que tendrían lugar a lo largo del año, situación que no solo obedecía a las restricciones locales sino al creciente problema que representaba la emergencia sanitaria para el mundo.
En medio de este proceso muchos promotores afrontaron la contingencia con buena cara, se hizo presente que solo los buenos cuidados y la responsabilidad en el seguimiento de los protocolos sanitarios sería la clave para poder retomar lo más pronto posible el trabajo. Clubes como Asilo encontraron en la venta de prendas y accesorios un financiamiento para subsistir en medio de la crisis; Calle 9 +1 realizó una transmisión para recaudar fondos y los dj encontraron en los nuevos formatos una oportunidad para seguir su trabajo y encontrar un apoyo financiero. En general nuestra escena se acomodo a los nuevos requerimientos con responsabilidad y respeto de las normas, o al menos así lo hizo la mayoría.
El 15 de agosto nos levantamos con la noticia de que un club de Bogotá había adelantado una fiesta ilegal. Muchos rumores corrieron por redes sociales y grupos de whatsapp, pero no fue hasta la tarde, que nos enteramos de los detalles de este suceso por los noticieros locales, un cubrimiento especial trasmitido a nivel nacional, daba cuentas de una fiesta electrónica adelantada de manera ilegal e irresponsable en las inmediaciones de Chapinero. Más de 80 personas detenidas en el lugar, la cual, era una situación que se había presentado a lo largo del último mes, durante el cual, no habían encontrado inconvenientes. Hablaban de que el lugar “cumplía con protocolos de bioseguridad” ya que adentro, en un espacio cerrado lleno de gente bailando, les hacían desinfección de pies y se les exigía mantener tapabocas puesto, como si esto representara una verdadera medida sanitaria. Aún más sorprendente que estas excusas fueron las presentadas por uno de los dueños del club, quien fue la cara pública durante este suceso, donde la arrogancia y la falta de compromiso en asumir la responsabilidad, brillaron en un comunicado lamentable donde se pone a sí mismo como víctima de un sistema opresor, donde la imposibilidad de adelantar fiestas al parecer atentaba directamente con sus derechos constitucionales.
Quedó claro que la seguridad de las personas no era una prioridad para el club y que no les representaba mayor perturbación haber adelantado, por más de un mes, eventos que pusieran en riesgo no solo a sus asistentes, sino a la ciudad en general. Crear espacios de alto riesgo de contagio, en un país que ya cuenta con más de 18.000 muertes, muestra un actuar de forma arrogante e indolente frente a quienes están pasando dificultades reales por esta situación. Como resultado de su accionar irresponsable entorpecieron el trabajo que otros gestores en medio de la pandemia, quienes esperaban, por medio de un accionar coherente y responsable con la situación, poder volver a recuperar los espacios nocturnos, hecho que se ha vuelto crucial para la recuperación del gremio.
Por último, reforzaron el estigma ya existente sobre la música electrónica al poner en el foco de las noticias nacionales, la música electrónica como punto de reunión de un accionar irresponsable rodeado de consumo y excesos, que al parecer no se detiene ni siquiera en una emergencia sanitaria que cuenta muertos día tras día. Esto retrocede el trabajo cultural que se ha venido realizando con el fin de desligar nuestra cultura de estas asociaciones que pesan sobre la música electrónica.
Lo anterior nos lleva a una reflexión crítica sobre el accionar de estos promotores, ¿Son estos los espacios culturales que queremos apoyar?, ¿Por qué se llegó hasta esta instancia, teniendo en cuenta precedentes de otros clubes que ante los problemas económicos decidieron hacer uso de otras herramientas para sustentarse?, ¿Cómo podemos aportar como comunidad ante las necesidades de nuestros espacios culturales?
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